5 de agosto de 2011

trust

Sus ojos centellean. Ya casi no brillan. Parece que todo está perdido. El tren partió, y se alejó, de su casa, de su cuerpo, de su alma, de su vida. Ya nada era igual. Todo un castillo construido, ladrillo por ladrillo. Un terremoto y se hizo polvo, en poco tiempo. Pero ella sabe que se va a arreglar. De a poco, logrará reconstruir, ladrillo por ladrillo. Y se sanará, con tiempo, pero sanará. -No vale la pena sentarse en un rincón a llorar por esto- se repitió infinitas veces. Dudó, pero se auto convenció de que en algún momento, iba a volver. Si, volvería, se sentaría a cenar en la mesa, comerían pasta mirando televisión, hablarían de sus vidas, su pasado, su relación con su madre, sus trabajos, sus noticias. Todo eso volvería, estaba segura. Solo tenía que esperar. Confiaba en las palabras escritas. Ni distancia, ni tiempo. Nada iba a separarlos, porque estaban estrechamente unidos, tanto, que por más meses y meses sin encontrarse, sabían como estaba el otro, perfectamente.
Se  levantó, contempló su rostro en el espejo. Se secó las lágrimas y se prometió no volver a llorar, sabía que se mentía, pero se consolaba al mismo tiempo. Se sujetó el pelo en una cola, caminó hacia su habitación. Se acostó en la cama, en donde estaba el amor de su vida, en el otro extremo de la cama, muy distante, pero pronto se acercaría, y volvería a abrazarla. Ella confiaba que volvería a abrazarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

es simple, es claro